impostora

Constelaciones del sonido

Oct 28, 2025


Crecí con un hermano rockero de los ochenta. Detrás de su puerta sonaban The Cure y Metallica, y en los estantes se apilaban vinilos de Pink Floyd con portadas que parecían planetas. Antes de entender los acordes, entendí la atmósfera: esa sensación de que el sonido podía abrir una grieta en el aire.

Después llegó MTV, y con él mi educación sentimental. El videoclip como geografía, los loops como memoria. Los primeros discos que una escucha hasta el hartazgo porque algo ahí promete una versión posible de una misma. Y, claro, escuché antes al norte que al sur. Mi oído, como casi todo, fue educado bajo ese eje de prestigios y opresiones que nos hace creer que el canon viene del norte global.

Durante años creí que ese era el mapa completo del mundo. Pero no: solo era el mapa que me habían enseñado a escuchar. Por eso, llegar tarde al rock argentino no fue una pérdida, fue una reapertura. A los casi cuarenta conocí a Aloras, y escucho casi en loop a Charly y a Fito. Apenas ahora siento que mi oído se descoloniza un poco: que el sur no suena igual, suena más vivo, más cercano, más humano.

Ayer escuché el nuevo EP de Gonzalo Aloras —ese que abre con la “maravillización del sonido” de Charly García— y sentí algo muy familiar (tan familiar que por primera vez me atrevo a “escribir de música”). No por nostalgia, sino por reconocimiento. Esa idea de poblar el espacio sonoro, de romper la línea izquierda/derecha del estéreo, de habitar la música como un territorio: todo eso me remitió a las primeras veces que sentí que un disco no se escuchaba, sino que se atravesaba.

Y pensé en otros viajes: The Dark Side of the Moon, Sueño Stereo, Kid A. Discos que no solo me marcaron, sino que construyeron una manera de estar en el mundo. Pink Floyd me enseñó la arquitectura del sonido; Cerati, su pureza emocional; Radiohead, su fractura. Todos, de algún modo, me prepararon para este Aloras que suena a continuidad y a epílogo, a laboratorio y a casa.

A veces pienso que escuchar es un acto literario. Que la música, como los cuentos de Borges, está hecha de pistas, espejos y ecos que se repiten en distintos tiempos. Lo que entonces parecía disperso —una guitarra, una frase, una reverberación— de pronto se revela como parte de una constelación. Y una, al oírla, vuelve a armar su propio mapa.

Por eso Emotival me conmueve. Porque no busca impresionar, sino afinar la escucha. Porque confirma que la emoción también tiene una forma técnica, una ingeniería invisible. Y porque me recuerda que, en el fondo, todos los discos que amé están hablándose entre sí, como si formaran parte de una biblioteca sonora infinita.

* Es la primera vez que me atrevo a escribir de música. Perdón de antemano: no sé nada de acordes ni de escalas, solo sé escuchar con fervor. Pero bueno, este blog se llama Impostora por una razón.

**Si no escuchaste aún Emotival: https://www.youtube.com/watch?v=RwUNQ2sgaxA&list=OLAK5uy_l2iYBxf6SkCapjo9EItroSslp0c155sO8&index=2

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