Escucho Karma Police y no puedo evitarlo: pienso en esas veces (ahora mismo, tal vez) en que veo algo injusto, brutal o simplemente ruin, y lo único que puedo hacer es observar. Porque no tengo el poder de corregir, porque intervenir no siempre es posible, porque hay injusticias que ocurren fuera de nuestras manos. Entonces aparece algo que incomoda: un deseo oscuro, fugaz, de que el universo, el karma, el destino o lo que sea, haga lo suyo. De que la balanza se ajuste, de que ese que se pasó de lanza reciba, por fin, lo que merece.
Y apenas ese pensamiento cruza, me da miedo. Porque, ¿en qué nos convierte? ¿Qué dice de mí desear el castigo, aunque sea por un segundo? Simone Weil escribió:
“El mal imaginado es atractivo, el mal real es repulsivo. El mal imaginado fascina, el mal real provoca odio. El mal imaginado es romántico, pintoresco, variado; el mal real es monótono, desértico, aburrido. El mal imaginado suscita en nosotros deseos y pasiones; el mal real espanta nuestras sensibilidades y nos llena de aversión.”
Y pienso que lo verdaderamente difícil es eso: no negar que el pensamiento oscuro aparece, pero tampoco dejar que nos arrastre. Porque lo peligroso no es que la sombra cruce fugaz, lo peligroso es cuando se vuelve costumbre, cuando se normaliza, cuando ya no incomoda. Cuando el mal se vuelve paisaje y uno lo deja estar, lo acepta como parte del mobiliario de lo cotidiano. Eso, creo, es lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal: no el acto grandioso de maldad, sino su aceptación callada, su repetición sin reflexión, el momento en que dejamos de ver el daño como algo que nos interpela.
Karma Police suena como un conjuro. Un recordatorio de esa fantasía de justicia automática, de equilibrio perfecto, de un mundo que compense las ofensas. Pero el karma no es un policía, y nosotros no somos tan puros como para no albergar dentro, aunque sea por un instante, el deseo de ver caer al otro. Lo que podemos hacer, quizá, es no negarlo. Mirarlo de frente, abrirle espacio y elegir no actuar desde ahí. Porque abrir espacio a la sombra no es lo mismo que obedecerla. Y porque a veces, eso es todo lo que tenemos: la decisión de no sumar más oscuridad a la que ya existe.
P.S. Radiohead es y posiblemente será mi banda favorita de todos los tiempos. Karma Police me sigue moviendo fibras, aunque me incomoda —y me parece grave— la tibieza de Thom Yorke frente a lo que ocurre en Gaza. No hay narrativa que legitime el daño sistemático, ni justicia posible en el silencio cómplice.