Claudia Sheinbaum es la mujer más poderosa del momento. Su 85% de aprobación lo confirma, un nivel de respaldo que solo líderes populistas como Nayib Bukele alcanzaron en sus mejores temporadas. Pero más allá de su popularidad, lo que realmente llama la atención es cómo ejerce el poder y qué tipo de liderazgo está construyendo. No es AMLO, y ni parece querer serlo; donde él veía un campo de batalla, ella ve una mesa de negociación. Aunque esa diferencia puede parecer menor, podría ser la primera gran ruptura con el gobierno que la antecedió.
Si algo definió a López Obrador fue su capacidad de dividir al país en dos frentes: el pueblo y la élite, los buenos y los malos, los de abajo y los de arriba. Sheinbaum, en cambio, parece entender que gobernar no es sólo resistir, sino sumar. Mientras AMLO se atrincheró contra «los fifís», ella logró convencer a los empresarios de que su proyecto también es de ellos. Y eso plantea una pregunta incómoda: ¿Sigue siendo un gobierno de izquierda si las élites económicas lo abrazan sin conflicto?
Es imposible no compararla con AMLO, no solo porque vienen del mismo partido, sino porque ella prometió que su gobierno sería el segundo piso de la Cuarta Transformación. Pero, ¿es realmente una continuidad o una reconfiguración de lo que significa gobernar desde la izquierda en México?
Los feminismos han cuestionado durante décadas la manera en que se ejerce el poder y han planteado nuevas formas de liderazgo, insistiendo en que la toma de decisiones no tiene por qué ser un ejercicio de imposición ni de desgaste constante. Las feministas hemos apostado por modelos de liderazgo más horizontales, que prioricen la escucha, la inclusión y la construcción de comunidad. Sheinbaum, menos reactiva y más conciliadora, parece trazar una ruta diferente a la de su antecesor, no desde la confrontación sino desde la diplomacia. Aunque su estilo es menos estridente, también ha sabido mantener firmeza en momentos clave, como en las recientes negociaciones con Trump, donde según los medios muestra cautela y templanza. ¿Esto responde a una visión de poder feminista o simplemente a una estrategia política bien calculada? ¿Está liderando de otra manera porque quiere o porque sabe que a las mujeres se les permite menos margen para el autoritarismo?
Lo innegable es que su liderazgo abre una posibilidad: contar otras historias sobre el poder, desafiar la narrativa de que el liderazgo político solo se construye desde la fuerza y la imposición. Porque si AMLO se ufanaba de no deberle nada a «los de arriba», Sheinbaum parece asegurarles que con ella no perderán nada. Eso nos deja con una pregunta final: Si la izquierda mexicana encontró su fuerza en la resistencia, ¿qué significa que su nueva cara prefiera la negociación? ¿Es un avance o el inicio de su domesticación?